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Un Regalo Compartido
Hace justo 25 años me fui de casa. Lo hice de la forma más tradicional de aquel tiempo: casándome. Cuando regresé de la luna de miel, no podía creer lo que había sucedido con mi partida. Mi mamá Yolanda, una mujer de edad madura, independiente y poco sentimental, había pasado tres días encerrada en su habitación llorando como una magdalena, anticipando cuánto me echaría de menos. Que conste que me mudaba a solo cinco minutos de mi casa materna, pero su experiencia de vida le decía que las cosas jamás serían igual. Esto generó que surgiera un tipo de rutina entre nosotras. De ahora en adelante, al llegar a casa de mamá, me bajaba del vehículo y comenzaba inmediatamente a llamarla (o a gritarle desde la calle): “mamá, mamá, estoy aquí”. Su respuesta siempre inmediata y alegre confirmaba que mi voz provocaba un tipo de despertar en ella: al escucharme, mamá se levantaba como un resorte a abrirme la puerta, no solo de la casa, sino de todo su ser. Me recibía en el umbral con una gran sonrisa, sin importar lo que estuviera pasando.
Esta rutina se fue afianzando con los años. Mis llegadas luego vendrían acompañadas de juegos y accesorios que tenían que ver con un nuevo protagonista, su nieto Guillermo, a quien mamá tomaba en sus brazos aún en medio de los saludos. A solo dos años de la llegada de Guillermo, mi mamá Yolanda comenzó a enfermar. En ese momento, estas bienvenidas fueron tomando un sabor agridulce para mí. Cada llegada se convertía en un recordatorio de que se acercaba el día en que nos dejaríamos de encontrar de esa forma. A partir de ese momento, los abrazos se hicieron más largos y sentidos, mi apreciación por su olor de mamá más aguda y cualquier toque casual de sus manos, la más tierna caricia.
Diez años más tarde me percaté de algo extraño en mi relación con Guillermo, quien ahora era un adolescente lleno de vida y alegría. Resulta que en más de una ocasión lo pillé llegando al apartamento y gritando desde las escaleras: “Raqueeeee…llegué”. Raquel, una señora mayor de paso lento y poco hablar, parecía derretirse con solo escuchar la voz de Guillermo. Se sonreía tímidamente al escucharlo y dejaba lo que estuviese haciendo en la cocina para ir a su encuentro. Cuando abría la puerta, Guillermo gritaba de nuevo, “Raqueeeeee”, y abría sus brazos. A veces para apapacharla, en otras ocasiones casi como para asustarla. Acto seguido, la despeinaba, la pellizcaba o simplemente le preguntaba sobre su día. Yo en un principio no entendía por qué esto llamaba tanto mi atención. Hasta que un día recordé a mamá, nuestros encuentros en la puerta de la casa y cómo este había sido un regalo muy único entre ella y yo.
Los seres humanos somos relacionales. Necesitamos de la presencia de los demás para poder desarrollarnos física, mental y espiritualmente. El relacionarnos es más que un acto común o social, es un tipo de alimento del que dependemos para existir. De hecho, un estudio de la Universidad de Harvard demuestra que nuestra capacidad de socializar esta íntimamente ligada a la felicidad, a la buena salud y a la longevidad. En la publicación anterior compartí contigo cómo la vida es un regalo que recibimos en cada momento. Este es un mensaje para despertar a la conciencia de cómo, minuto a minuto, tenemos la dicha de compartir el regalo de la vida con un sinnúmero de personas con las que estamos infinitamente conectadas.
El Regalo de las Conexiones y sus Diferentes Dimensiones
Cada uno de nosotros cuenta con una energía única: un tipo de luz que compartimos de múltiples formas. La luz en cada ser viviente se hace evidente con su sola presencia. Si estamos atentos y presentes podemos percatarnos fácilmente de esa luz que cada persona trae consigo. Por eso SENTIMOS que algo nos impulsa hacia los demás. En ocasiones, puede que lo que sintamos sea desagradable y nos provoque alejarnos. Sin embargo, aquí lo importante es reconocer que la presencia de los demás despierta algo en nosotros. Algo que no podemos ver, pero que ciertamente podemos sentir.
Nuestras conexiones con los demás operan en diferentes niveles y son mayormente evidentes a nivel familiar. En un primer nivel guardamos lazos sanguíneos y energéticos con nuestros familiares. De ellos aprendemos las creencias, historias y tradiciones que nos hacen sentir que pertenecemos a una familia. Las experiencias compartidas con padres, hermanos y demás familiares marcan profundamente el resto de nuestras vidas. Primero, porque mucho de lo que vivimos en nuestra infancia se convierte en un tipo de referente que nos ayuda a dar sentido a lo que vivimos en otras etapas de nuestras vidas. Segundo, porque en casa aprendemos a jugar a ser como mamá, papá y otros ancestros, repitiendo historias y conductas inconscientemente. Las experiencias compartidas con la familia son nuestro mayor regalo porque tienen un impacto indeleble en todo lo que vivimos.
En un segundo nivel de relaciones también establecemos conexiones con personas que pasan a ser parte de una segunda, tercera o cuarta familia, en diferentes contextos como el trabajo, los amigos y las comunidades a las que pertenecemos. De hecho, muchas personas en estos círculos despiertan algo en nosotros porque nos recuerdan a papá, mamá o cualquier otra persona con la que hayamos sentido algún tipo de afinidad o rechazo en la etapa de desarrollo. En este segundo nivel se encuentran aquellas personas con quienes compartimos la cotidianidad, los juegos, las experiencias de colaboración y competencia. En un tercer nivel experimentamos un tipo de conexión con personas que muchas veces no llegamos a conocer personalmente, pero que tienen un alto impacto en nuestras vidas: maestros, líderes e influencers, voces que moldean nuestras ideas constantemente. Por ejemplo, cada vez que comparto mis ideas a través de estas publicaciones, no se trata sólo de mis ideas, sino más bien de la suma de todo aquello que he ido aprendiendo gracias a un sinnúmero de personas. Este, por tanto, es un nivel que nos lleva a apreciar cómo la diversidad de ideas, experiencias y percepciones se convierten en parte del regalo que tenemos el privilegio de compartir con los demás.
Finalmente, en un cuarto y último nivel se encuentran nuestras conexiones más sutiles, aquellas que son casi imperceptibles por pertenecer a un plano mayormente energético. En este nivel compartimos el regalo de la vida con personas totalmente desconocidas que traen aportes únicos a nuestro existir. Esto se hace evidente en tan solo contemplar los alimentos al centro de la mesa justo antes de la cena. Estos alimentos son un reflejo del esfuerzo de un sinnúmero de personas que se ocuparon de cultivar, transportar y transformar lo que comemos hasta llegar a nuestra mesa. Lo mismo con los equipos médicos en hospitales, farmacias y centros de investigación: son héroes silenciosos que impactan en nuestras vidas y forman parte del regalo que recibimos momento a momento, por sólo mencionar algunos ejemplos.
Destapando los Regalos que podemos Compartir
Cada día la vida nos regala una serie de experiencias, algunas muy únicas, y otras tan comunes que pueden hasta pasar desapercibidas. No cabe duda de que todo aquello que vivimos viene de las manos/mente/corazón de personas con quienes compartimos el regalo de estar vivos. Esto es especialmente obvio cuando visitamos algún lugar distinto, conocemos a alguien por primera vez o simplemente nos reencontramos con personas que han sido especiales en nuestras vidas. En momentos como estos se despierta en nosotros un agudo sentido de curiosidad que nos llama a aprovechar la presencia de los demás y a disfrutar atentamente de sus historias. Así es cómo despertamos a la posibilidad de descubrir algo en el otro que se convierte en un regalo para nosotros. Este regalo muchas veces viene envuelto en una sensación, en una idea o memoria que habíamos enterrado en algún lugar. En otras ocasiones, el regalo de nuestro compartir viene en forma de enseñanza o puede ser tan sencillo como recibir el nombre de una película o lugar que no te puedes perder.
Las personas cercanas a nosotros, aquellas con quienes compartimos en el día a día y que conocemos, también tienen grandes regalos para nosotros. Regalos que van más allá de cómo nos servimos unos a otros y que muchas veces perdemos de vista por asumir que sabemos todo sobre estas personas con quienes convivimos. Entonces, creer saberlo todo sobre los demás, sobre quiénes son y cómo piensan, nos hace ajenos a aquello que surge en ellos a cada momento. Sin embargo, eso que surge en todos nosotros diariamente, (los deseos, las nuevas ideas y experiencias), muchas veces es justo lo que necesitamos compartir para afianzar nuestra identidad, nuestro sentido de pertenencia y de aceptación.

Necesitamos de un nivel de interacción que va más allá de la operatividad de nuestra cotidianidad, de saber si hiciste la tarea, a qué hora regresas o qué vamos a comer. Cuando nos relacionamos con el otro mayormente en este nivel realmente no lo miramos, no lo sentimos y le escuchamos muy poco. Dejamos de compartir el regalo de nuestra presencia, de valorar nuestras diferencias. ¿Quiénes son las personas con las que compartes tu día a día? ¿Qué tan atento estás a cómo se sienten realmente? ¿Qué tanto les escuchas? Responder a estas preguntas frecuentemente es cultivar la posibilidad de intercambiar incontables regalos en nuestro diario vivir. Sentir tu atención, tu comprensión, tus abrazos o palabras sinceras de aliento, por solo nombrar algunos ejemplos, puede hacer de cada interacción un regalo que no tiene precio.
¿Qué hacer para disfrutar del regalo compartido?
- Aprecia cada rostro y sus miles de historias: Estar atentos a la presencia de los demás, a sus rostros únicos y a su energía es una forma de mantenernos despiertos a los regalos que podemos compartir momento a momento. En este sentido, cada rostro con el que nos encontramos se convierte en un tipo de regalo. Más allá de la imagen y de nuestros juicios se encuentra un ser humano cargado de historias y sensaciones que solo podemos apreciar si cultivamos un sentido de curiosidad y nos abrimos a estar presentes para él o ella.
- Conecta con los demás cada vez que puedas y tanto como puedas: Cuántas veces decimos o escuchamos la pregunta, “¿cómo estás?”, y asumimos que sabemos lo que vamos a escuchar o respondemos en automático y sin pensar, “bien”. Qué tal si antes de responder nos permitimos conectar con cómo nos sentimos realmente y respondemos desde ahí. De esta forma, cada saludo se convierte en una oportunidad de hacernos conscientes de cómo estamos realmente. Este es un gran regalo que puedes compartir con los demás también dedicando un par de minutos para indagar cómo se sienten realmente y que te permite demostrar tu apreciación por ellos.
- Carga tus encuentros de intención y se llenarán de atención: Encontrarnos es importante. Disfrutar de nuestra presencia en conciencia tiene un valor incalculable. Cuando iniciamos un encuentro expresando nuestra intención y damos la oportunidad a los demás para también decir qué les gustaría tratar, lograr o decidir, despertamos a un nivel de atención muy único. Todos nos hacemos conscientes de para qué estamos aquí y de que nuestra participación es esperada y valorada realmente. En la vida de pareja, por ejemplo, se recomienda tener “noches de citas” para estar solos, para encontrarse realmente. Este tipo de encuentro es también importante con nuestros hijos y demás familiares, amigos y hasta compañeros de trabajo. Encontramos regularmente para saber cómo estamos y en qué estamos es un pequeño acto que hace una gran diferencia en la calidad de nuestras relaciones.
Despertar a la conciencia de que la vida es un regalo que compartimos con los demás es reconocer que no estamos solos. Todo lo que somos hoy tiene que ver con la presencia de las personas en nuestras vidas, con sus manos, mentes y corazones. Vivir es participar de un intercambio eterno con los demás y cuando damos y recibimos conscientemente, no podemos evitar darnos cuenta de lo afortunados que somos con el solo hecho de poder estar presentes.
De mi corazón al tuyo,
Leonelda Castillo
Más que Referencias
En gratitud por las ideas que se conjugan en esta publicación:
- Abstract, The Art of Design, serie de Netflix. Episodio de fotografía con Platón.
- El Árbol del Conocimiento por Humberto Maturana
- The Art of Mindful Living por Thich Nhat Hanh
- The Hidden Connections por Fritjof Capra
- The Web of Life por por Fritjof Capra
- Harvard Study of Adult Development
Preguntas para despertar:
- ¿Qué me traes tú? Piensa en tres personas importantes en tu vida. Cierra tus ojos y trae a cada una de ellas a tu mente por separado. Mírala, siéntela y hazte consciente de eso que es único en él o ella y que tienes el privilegio de recibir.
- Rutinas y Rituales: ¿Cuáles rutinas y rituales puedes instalar en tu familia para aprovechar la presencia de tus seres queridos más allá de la operatividad del día a día?
- ¿Quiénes son las personas con las que te sientes conectado/a a pesar de no conocerles físicamente? ¿Cómo puedes expresarles tu gratitud?
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Para conocer más de este tema, sígueme en las redes sociales. También puedes disfrutar del episodio #19 de Corazonando podcast, El Regalo de tus Relaciones.